sábado

Erase una vez que se era

Después de tres meses currando como un titán en la empresa de mis sueños (y que bonito es soñar) es tiempo de echar la vista atrás, recapitular, hacer examen de conciencia y ver que ha ocurrido en este tiempo, como he llegado hasta aquí, pasando por alto hechos sin importancia como robos a mano armada, noches en el calabozo y otras pequeñeces que no vienen al caso.


Desde que llegué en el mes Octubre las cosas han cambiado bastante, ya no soy el piojo social en el que me convertí los primeros meses de estancia aquí. Me pasaba el día leyendo todo lo que caía en mis manos en el idioma de Chopenjauer, que como todo el mundo sabe es la forma más directa de ampliar los conocimientos que se tienen de una lengua, pegándose uno con ella. Podría resumirse mi estancia esos dos primeros meses de vida alemana como de monje-ermitaño con atisbos de esquizofrenia-paranoide; Comer, descansar, leer, arar el huerto, orar, transcribir códices emilianenses, hablar con mi otro yo y bueno alguna foto que otra por los alrededores también tiré.


El tema interesante empezó cuando a mediados de diciembre, después de recibir unas cuantas, ¡que coño! muchas respuestas de empresas deseándome suerte (seguro que me habría tocado la lotería si creyese en esas cosas y hubiera comprado un cupón) resulta que abrí un E-mail de una de las empresas a las que había mandado mi humilde curriculum, en el que me invitaban a hacer una entrevista personal en sus oficinas de Mannheim. En ese momento me dio un vuelco el corazón porque una cosa es imaginarte que vas a trabajar en un país extranjero y otra muy distinta es tomártelo en serio.

Llegó el día D y la hora H y en el tren de camino a la batalla... Quiero decir, de camino a la entrevista, iba más que acojonado, menos mal que me preparé unas frases estrella, más bien un discurso de lo que había sido mi vida hasta aquel entonces, en plan que había estudiado, donde había trabajado, con que pie me levanto por las mañanas, cuanto aguanto sin respirar y datos relevantes de ese tipo.

Pues bueno después de hora y media contando mentiras, la verdad que salí con buen sabor de boca ya que la entrevista había ido bastante rodada. Mi alemán no fue comparable al de Chíler o Guete pero salí al paso como pude. El tema es que parece ser que me expliqué bien y entendieron todo lo que dije, o que le caí en gracia al jefe, el caso es que me llamaron para hacer una segunda entrevista a las dos semanas. Menuda sorpresa que me llevé, ya que aunque con buenas sensaciones tras el primer round, tampoco estaba muy convencido de haberles convencido con mis artes oscuras, con la cantidad de "freaks" alemanes que hay por ahí sueltos y sin vacunar.

En la segunda entrevista me reuní con los peces gordos de mi departamento, el incomparable tandem Lö-wi a los cuales tuve que soltar de nuevo el rollo de la primera vez. Pues bien después de todas las formalidades y de contarles de manera resumida la historia de mi vida, la entrevista resultó de lo más distendida, empezamos a hablar de fútbol, de la historia de las colonias alemanas en África, de filosofía, de lo divino y lo humano y hasta del tiempo que hacía , en fin una gente de lo mas afable y yo sintiéndome como en casa. Así pues aquella tarde salí más alegre que unas castañuelas y aún sin confirmar oficialmente, con un curro bajo el brazo.

Por así decirlo la parte mas jodida ya estaba hecha, meter el cuezo en una empresa alemana, a poder ser para trabajar.


 Llegados a este punto, comenzó el baile de papeles, documentos, llamadas, solicitudes, viajes, fotos, y más papeles, que tuve sufrir para empezar a trabajar como cualquier alemanito de a pie. Por un lado me pidieron el título de la Universidad, que como todos sabemos el servicio de atención al alumnado es sobresaliente y se puede recoger el titulo al año de haber acabado (con eso de que lo tiene que hacer el rey en sus ratos libres). Menos mal que antes de venirme me hice con un documento en el que aparecían todas las asignaturas con sus notas, firmado por el honorable señor secretario Eugenio G. y que fue lo que presenté como garantía de que había terminado la carrera. Al principio me miraron pensando que era una coña, pero cuando les expliqué como iba el sistema de notas en España (aquí 1 es lo mejor y 5 es lo peor) y los créditos que tenía cada asignatura se quedaron más tranquilos. Por otro lado me pidieron un certificado de penales, he ahí mi cara cuando me llegó el chiste del botellón, susto que se me pasó días más tarde, cuando el agente Abajo Suárez me explicó que sólo se trataba de una falta administrativa y que no aparecería en el susodicho papelajo. El tema es que tuve que ir a Stuttgart al maldito consulado a solicitarlo y a día de hoy no he recibido noticias de su llegada, debe ser que están tan ocupados con los reos que no pueden darle a botón imprimir.


A parte de eso y resumiendo el tema burocrático, tuve que empadronarme aquí, abrir una cuenta en el banco, hacerme un seguro médico, solicitar una tarjeta de impuestos, declarar mi confesión religiosa (tienes que declararla al empadronarte para que te roben de tus impuestos directamente los curas) y solicitar un seguro de pensiones, en fin ya sabemos como les gusta gastar papel a los amigos teutones.

Pues bueno, después de firmar más papeles que el ministro, el día dos de enero (con todo el resacón de nochevieja, tócate los cojones) fue mi primer día en el Datenverarbeitungsabteilung der INTER im Hauptverwaltungsgebäude, que no es una enfermedad de transmisión recto-dental sino el departamento de desarrollo de una aseguradora, situada en la muy noble ciudad de Mannheim.

La verdad que el primer día no pudo ser más relajado, resulta que era viernes y como el día anterior fue año nuevo, el día dos se lo pillaron libre hasta las grapadoras, así que cuando llegamos el otro tipo que entro conmigo (el entrañable y dicharachero R. Angelduro, apellido traducido para evitar afrentas legales de cualquier tipo) y yo, sólo nos recibió un chavalote originario de Colonia y que fue el que nos dio las primeras instrucciones de como funcionaba el cotarro en la empresa. Lo gracioso empezó cuando nos dijo que le habían comentado en personal, que tenía que pringar ese día porque iban a entrar dos nuevos, un informático y un español, ahí fue cuando sospeché que en realidad no había sido contratado para programar, sino para amenizar los momentos ociosos con unos cantes y unas palmas, estos alemanes son unos cachondos.

Nos contó toda la parafernalia técnica que os podéis imaginar, después prosiguió comentándonos que se puede comer en la cantina por un precio más que razonable -2,60 €- y terminó explicándonos el magnífico sistema de horarios que manejan, el llamado "Gleitzeit", que viene siendo el ponte tu el horario como te salga de los carpafacios. Tanto es así, que puedes llegar cuando te salga del huevo derecho e irte cuando consideres oportuno, tienes que cumplir determinadas horas al trimestre y si se da el caso de que acumulas tantas horas como para poder faltar un día pues no vas y listo, sin que te quiten días de vacaciones, o tengas que ir a rogarle a María santísima.

El trabajo que vengo desempeñando es más o menos parecido al que hice hasta ahora, unos bucles por aquí con un poco de argamasa, unos estándares por allí para dar estabilidad a la estructura, unas interfaces para darle la flexibilidad ante posibles terremotos, un del obrero del bit en definitiva.

Los compañeros la verdad que no parecen para nada alemanes, por lo menos no al estilo al que estamos acostumbrados a pensar, o sea tíos obsesionados con el trabajo, serios y disciplinados. Todo lo contrario, la verdad que no paran de hacer el gilipollas. Hace unas semanas sin ir más lejos, entró una de las secretarias diciendo que nos quería presentar a una nueva compañera, cuando de repente aparece a través de la puerta el bueno de Schwerdtfeger con una peluca negra dando saltos, desde luego como se corrompen las personas humanas.

Bueno a grandes rasgos así es como todo comenzó, veremos lo que dura.

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