miércoles

El convidado de piedra

Viernes tres de abril, nueve en punto de la mañana,

Una dulce atmósfera se pasea por el descansillo de la escalera. Huele a café, los externos rezagados deben estar en estos momentos mojando los últimos bizcochos. Desciendo las escaleras dubitativa y torpemente, pasando de un escalón a otro sin más convencimiento que la gravedad terrestre que me empuja hacia abajo, sabiendo que me espera el albero, como vitorino al que van a despachar en la plaza.

Echo un ojo por la ventana del corredor. Ahí afuera el mercurio siquiera debe rebasar los diez grados centígrados y la lluvia de la noche pasada conforma divertidas ilusiones sobre el suelo, como fuentes espontáneas al ser levantadas por las ruedas de los coches.

Luego de acabar con el descenso, llego al descansillo previo a la cantina cuando del lado derecho de la estancia me llega un «Guten Morgen». Es la señora de la limpieza que se afana insistentemente en borrar con el mocho una mancha de helado del suelo.

—«Cómo te envidio —rezongo sin mirarla para mis adentros—, cómo desearía estar en tu pellejo en éstos momentos, cómo admiro tu inocencia e indiferencia ante lo que a escasos metros de ti va a suceder».

 Abro la puerta de contrachapado marrón oscuro que me separa de la cantina. Al tirar ligeramente del pomo una hábil brisa se cuela por la rendija transportando en sí un aroma ligeramente agrio a salsa de 
Sauerbraten que estimula mis receptores pituitarios desencadenando una salivación incontenible.

—«Si sólo pudiera volverlo a saborear una vez, una sola vez. Quizás llegue a la hora de comida, aún queda esperanza»—Sin poder impedirlo la melancolía se apodera de mis impulsos.

Me introduzco en la amplia estancia del comedor y frente a mí el stand del buffet de ensaladas se encuentra vacío, es sólo un pedazo de metal desposeído de la salvaje naturaleza que a la hora de comer lo invade. Las mesas de roble y las sillas con respaldo naranja se encuentran perfectamente alineadas, orientadas hacia la pared como un batallón de fusilamiento listo para descargar su ráfaga. El viejo piano de cola que acumula en sus entrañas más polvo que notas musicales me saluda con su habitual indiferencia.

Giro un poco más la cabeza. El se encuentra ahí, sentado en una de las mesas redondas que hay pegadas a la pared de ejecuciones. Mr. Home ha llegado hace rato y se dispone a saborear su segundo café de la mañana. Con esa camisa de felpa a cuadros, su raya a un lado en el pelo y sus aires de buen tipo levanta la mano indicándome amablemente que me acerque.

No me engaña, sé que no quiere pringarse en este asunto. Hay suficiente mierda en él para repartírnosla los dos e invitar
 además a un par de colegas al festín. Pero quiere quedar limpio, salir airoso, lo sé, no puede engañarme.


En el fondo él no tiene culpa alguna, todos seríamos tan amigos si no hubiese llegado ese nuevo requerimiento de los peces gordos. A que mente retorcida se le podría haber ocurrido tal indecencia técnica; Juntar churras con merinas ha ido siempre en contra de mis principios, ¿por qué ahora habría de cambiar mi parecer?. Todo daba igual, la interfaz con el sistema de SAP tenía que salir a la luz y yo era la matrona encargada de asistir el parto. Lo que en unos momentos se dirimiría en la sala es si iba a contar con comadronas o me tocaría realizar la maniobra a solas.

Me siento a su derecha guardando las distancias. Me mira a los ojos sin pronunciar palabra mientras da el primero de los sorbos al café de su taza. Mi corazón late fuertemente, tan fuerte que puede oírse, él puede oírlo latir, sé que no sera fácil pero tengo que tratar de controlarlo.

«¿No toma café?» —me espeta.

«No gracias» —contesto desahogando mi mirada en el piano de cola. No quiero perder los pocos nervios que me quedan y echarlo todo a perder, quiero que esto acabe cuanto antes.

El silencio es insoportable, casi puede oírse. Él juega con su bolígrafo de la DSAG mientras abre un cuaderno lleno de notas, vestigio de batallas pasadas. Yo miro mis apuntes atropelladamente, buscando algo, buscando el modo de salir de allí, de poder seguir con mi monótona vida, de no sentirme tan jodidamente encerrado.

 Un breve crujido proveniente de la entrada distrae la atención. ¡Ahí esta él! ¡por fin! La figurilla tolkieniana del Gnome se asoma por el marco de la puerta, con sus andares tan fantásticos, como concentrándose en mover una pierna y luego la otra. Suspiro profundamente aliviado, ya no estoy sólo, he cumplido mi parte. Había sido encomendado a hacer de avanzadilla y captar las primeras impresiones sobre Mr Home, por suerte ya no estoy solo, la atención se reparte, la caballería ha llegado, los refuerzos son una realidad.

«Guten morgen Herr Kollegen» —Ese saludo produce en mi mente un efecto parecido al que se debe sentir cuando el final de un bombardeo es anunciado.

El pequeño y sabio compañero se sienta a mi lado, me esboza una sonrisa, eso es bueno, me tranquiliza. Deja sus notas sobre la mesa, el papel esta en blanco... No se que tendrá en mente pero espero que sea algo más que un papel en blanco.

Comienza entonces la disertación por ambas partes, se exponen los frentes, se fijan las trincheras y se tiran los primeros perdigonazos. En estos momentos del choque los dos contendientes se miden mutuamente, como queriendo probar qué tan dispuestos a luchar por su libertad están.

Los primeros chorros de adrenalina son segregados por las glándulas suprarrenales, cuando casi sin tiempo para reaccionar cae el primer "tururú" por parte de Mr. Home. Ha sido un gran movimiento pero no ha causado el efecto deseado, el Gnome es perro viejo y todo vuelve a estar como al principio.

Mr. Home recurre entonces a la guerra psicológica y opta por una estrategia más agresiva pintando un par de cajitas UML para sembrar el caos. Al principio consigue desconcertar al Gnome, que pronto se rehace y boli en mano contraataca con un par de cajitas más de su cosecha, que consiguen de nuevo equilibrar el confrontamiento.

Las posiciones se radicalizan y se suavizan por momentos como si de latidos de un ser viviente se tratasen. Ninguno de los dos da su brazo a torcer, cada cual tensa la cuerda para su lado como de una sogatira. No parece que vaya a haber un resultado claro. Será una batalla de desgaste si nadie lo remedia, en la que sólo el que menos agotado quede al final saldrá victorioso.

Tras permanecer durante todo el conflicto agazapado en mi trinchera, intento entonces en mi grandeza ganarme la gloria y obtener mi bautismo de fuego desmarcándome con una pregunta que hace retorcerse a Mr. Home en su asiento. Parece que lo he incomodado. Sin darle tiempo a reaccionar Gnome aprovecha la brecha abierta para hacer una incursión por el flanco, y propone que se programe un "hello world" en ABAP. Parece que lo hemos conseguido, los churretes sudorosos pueden verse como cascadas cayendo por su frente, lo tenemos atrapado. Comienza a pasar páginas para encontrar una salida, suelta un par de propuestas como alternativa a nuestro ataque, pero lo cierto es que no hay más salida.

—«Tienes que pringar Mr. Home» —Me repito una y otra vez victorioso.

De pronto y sin que aún pueda explicármelo, parece pasar un ángel o caer un rayo, el café se acaba y la cosa queda en tablas, se acuerda un armisticio, se llamará a un experto en la materia.

—«Esta vez has salido con vida, pero nos volveremos a ver las caras Mr. Home».

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