martes

La Visita - Parte primera

Un repentino golpe de cierzo arremetió contra su cara haciéndole asirse con fuerza a la estructura al tiempo que sumía sus recortadas y asimétricas piernas en una incontrolable tembladera. Acto seguido un espasmo recorrió su cuerpo al sentir en sus adormecidas manos la humedad del rocío en la fría superficie a la que se encontraba parapetado. El sol, que comenzaba a alumbrar la bóveda celeste, empezó a cegarlo poco a poco, a cada momento un poco más, lo que le hizo llevarse la mano a la cara y girar la cabeza para dar tiempo a sus pupilas a adaptarse a la claridad que se hacía más fuerte por momentos. Por encima de su cabeza, un desconcertante aleteo producido por las palomas allí residentes le hizo volver en sí y preguntarse finalmente dónde se encontraba.

Al volver la cabeza al lugar primero se dio cuenta de que el aire era muy puro y fresco. Lo respiró profundamente con los ojos cerrados y antes de llegar a los pulmones sus pituitarias lo diseminaron y clasificaron al momento, haciéndole ver el familiar olor de las vaquerizas. Cuando sus ojos se hubieron finalmente adaptado a la agresión lumínica, pudo distinguir el elemento al que se hallaba agarrado con fuerza. Era un objeto pétreo y pulido, perfectamente estable, al que probablemente por aquel entonces ya hubieran contemplado un par de siglos de existencia. Al soltarse tuvo la espontánea intención de dar un paso hacia atrás para de una vez por todas liberarse de la crueldad de los rayos solares, cuando casi sin tiempo para reaccionar percibió que lo que se hallaba bajo sus pies era el vacío, tomando conciencia en aquel preciso instante de que no se encontraba a pie de calle, sino en una torre.

Pero, ¿que hacía allí? Por más que trataba de recordar no conseguía dar con la solución a aquel misterio. Lo último que recordaba era... Lo cierto es que no recordaba nada en absoluto, su nombre, de donde venía, que hacía en aquel lugar, nada de nada. El sentimiento de desorientación e impotencia le hizo estremecerse y emitir un gemido de miedo y desamparo. Esta sensación de angustia no le era sin embargo extraña, intuía haber sufrido en su cuerpo tal desazón otras veces. Se trataba de los impotentes impulsos enviados por la vía inferior de su subconsciente que se empeñaba en forzar a su cerebro a recordar. Pero por más que lo intentó no consiguió sino ofuscarse y hacer que su corazón latiera de manera estrepitosa. Debía comenzar por el principio si quería salir de aquel atolladero, lo primero de todo era el presente.

La torre en la que se encontraba era una construcción robusta de piedra maciza, en la que las piezas se encontraban extrañamente superpuestas unas sobre otras, sin argamasa ni elementos que hiciesen que se mantuvieran unidas, simplemente encajadas en un equilibrio perfecto. Levantó la mirada sobre su cabeza y encontró un elemento cuya sinuosa forma le era familiar. Al golpearlo ligeramente con su puño derecho, el objeto emitió un sonido metálico y continuado que provocó que se erizaran los vellos del dorso de su mano. El repentino estrépito acompañado por la frialdad recogida por su piel le hizo sobresaltarse de nuevo. Aquel sonido... Ya lo había escuchado otras veces, sin duda había estado en contacto anteriormente con aquel objeto por alguna causa que no recordaba. El ansia de saber hizo de nuevo ponerse en marcha los mecanismos de su cerebro, haciendo recorrer por su cuerpo sensaciones pasadas. De pronto un hilillo de razón iluminó su confundida mente. ¡Sí! Eso es, ese objeto metálico tenía algo que ver con una cuerda, que a su vez... 

—¡To!— exclamó gozosamente para sus adentros. 

Eso que tenía sobre sí era una campana, como la llamaba aquel señor vestido de negro que le daba un mendrugo de pan untado en tocino de cuando en cuando. Ahora podía recordar vagamente. En alguna ocasión no muy alejada en el tiempo le encargaron tirar de aquella cuerda que al volver con fuerza hacia arriba emitía exactamente el mismo sonido que al golpear la campana con la mano pero reproducido cien veces más fuerte. Tras aquella pequeña victoria, resolvió asomarse con el cuerpo un poco hacia afuera sin ser consciente del mortal vacío que se extendía entre su cuerpo y el duro suelo de adoquines. Retorció la cabeza hacia arriba para observar lo que la torre tenía por encima, alcanzando a ver a duras penas que ésta se remataba con unos bonitos y estilizados pinchos de roca a ambos lados del trozo de torre que  le eran accesibles a la vista. 

Finalmente decidió mirar al frente para intentar entresacar algo de información del entorno en el que se encontraba. A lo lejos pudo distinguir una gran mancha verde, extendida a lo largo de una elevación que se perdía hasta donde le llegaba la maltrecha vista. No supo muy bien definir que era pero imaginó que se trataba de un bosque, ya que tras oírse un ruido sordo y seco, vio salir volando lo que a su pensamiento se antojó era una bandada de palomas torcaces. Intentó entonces tragar saliva ya que la brisa constante que bañaba la torre había convertido su boca en un secarral. Sin embargo el magnífico apéndice gustativo que adornaba su cavidad bucal se afanaba sin resultado en encontrar el espacio suficiente con el que provocar una salivación tan necesaria como imposible. Bajando después la mirada desde el bosque, pudo ver algunos caserones de color marrón claro que salpicaban la salvaje naturaleza verde del paisaje. Formaban pequeños bastiones que se resistían a dejarse engullir por el violento avance de los pinos conformando agrupaciones cada vez más densas cuanto más se acercaban al lugar donde él se encontraba. Observó con detalle los objetos situados alrededor de los dominios de la torre entornando los ojos de una manera casi asiática para conseguir un enfoque que en contadas ocasiones sucedía. Una marea de piezas parduzcas que se sobreponían unas sobre otras parecían saludarle y arrodillarse ante él. Aquella visión componía un espectáculo formidable que le hizo por un momento liberarse de su angustia y alargar las manos para acariciar a tan leales súbditas. Al notar el desequilibrio creciente al que se exponía, volvió a amarrase a la pared con el corazón golpeando fuertemente su pecho debido tamaña imprudencia.

Sin darse apenas cuenta empezó a tomar conciencia del despertar de la aldea, sus oídos comenzaron a captar sonidos dispersos que flotaban por el aire, y en un lado de la marea de tejas pudo al fin contemplar un gran hueco del cual provenía el sonido característico de la algarabía. No dio a entender exactamente que es lo que ocurría, así que decidió bajar de las alturas e ir a informarse de más detalles, con lo que quizás podría saber más sobre sí mismo y el por qué de su estancia allí...

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